(VII° Dom. Ord. C 2025)

Primer libro de Samuel (1S 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23)

“En aquellos días, Saúl se puso en camino con tres mil soldados israelitas y bajó al desierto de Zif, persiguiendo a David.
David y Abisay fueron de noche al campamento enemigo, y encontraron a Saúl durmiendo, echado en el círculo de carros, la lanza hincada en tierra junto a la cabecera. Abner y la tropa dormían echados.
Abisay dijo a David:

  • Dios te pone al enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra con la lanza de un solo golpe; pero David replicó:
  • No le mates. No se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.
    Entonces David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y los dos se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó. Todos siguieron dormidos estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
    David volvió a cruzar el valle y se detuvo en lo alto de la montaña, a buena distancia de Saúl. Desde allí gritó:
  • ¡Rey!, aquí está tu lanza, manda uno de tus criados a recogerla. El Señor recompensará a cada uno su justicia y su lealtad. Él te puso hoy en mis manos, pero yo no he querido atentar contra el Ungido del Señor.”

Salmo responsorial (Salmo 102)

R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles.

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 15, 45-49)

“Hermanos: El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo.
El último Adán, en espíritu que da vida.
El espíritu no fue lo primero: primero vino la vida y después el espíritu.
El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.
Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales.
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.
“Les doy un mandato nuevo: que se amen mutuamente como yo los he amado, dice el Señor”.
Aleluya.

Evangelio según san Lucas (Lc 6, 27-38)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

  • A los que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que les odian, bendigan a los que les maldigan oren por los que les injurian.
    Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
    Traten a los demás como quieren que ellos les traten. Pues, si aman sólo a los que los aman, ¿qué merito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen bien sólo a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen.
    Y si prestas sólo cuando esperas cobrar, ¿qué merito tienes? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
    ¡No! Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
    Sean compasivos como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
    La medida que usen, la usarán con ustedes.”

Reflexión

El episodio de la vida de David narrado en el primer Libro de Samuel (cfr. 1S 26,12ss) ilustra muy bien el pensamiento central del Evangelio de san Lucas: el amor a los enemigos, manifestado en el perdón. David, vasallo de Saúl, tenía la posibilidad de matar a su enemigo, pero no lo hizo porque veía en el rey el representante de Dios. Se limitó a dejar una demostración de su posibilidad y siguió esperando en la salvación que viene de Dios, porque sabía que Dios es fiel hacia quien hace el bien.

El texto de Lucas (Lc 6,27-38) es un pequeño código moral que caracteriza al cristiano. Después de la sentencia normativa vienen tres condicionales que propone una enseñanza negativa: no estés a la par con los pecadores. Sigue un mandato. No es la perfección del Padre que se debe imitar, como en san Mateo, sino su bondad y su actitud de perdón.

El hombre que ha creído en el anuncio que Dios ha hecho en Jesús, espontáneamente se pregunta: ¿Ahora qué debo hacer? ¿Cómo debo vivir?

La respuesta es esta: en nosotros debe haber una correspondencia entre lo que Dios ha hecho y lo que el hombre debe hacer. La vida de Jesús es expresión histórico-concreta del acto de Amor totalmente gratuito y universal (mientras éramos pecadores, Él nos amó primero) con el que Dios se dona a la humanidad y en el que revela aquello que Él es, Amor. El cristiano por esto debe Amar con un Amor gratuito y universal, porque Dios en Cristo nos ha Amado así.

La misma capacidad de Amar nos ha sido dada por el hecho mismo de haber sido primero objetos de Amor. Aparece claro que el principio de la vida moral del cristiano, amor gratuito y universal, o caridad, no puede ser comprendido desde fuera del Evangelio. Lucas no enuncia este principio en forma abstracta, sino en forma concreta, recogiendo una serie de datos de Jesús.

Todos estos preceptos son indicaciones presentadas bajo forma dramática por la referencia a las situaciones de hecho, acerca de la cualidad y la dirección del actuar humano con vista a su conformación con el actuar de Dios («sean misericordiosos, como su Padre celestial es misericordioso», Lc 6,36). Las expresiones de Jesús causan miedo por la radicalidad y la exigencia.

Cuanto Jesús dice en los datos recogidos en este discurso no es un ordenamiento completo de la vida del discípulo, ni mira a serlo; cuanto se dice es una serie de signos, ejemplos de lo que será cuando el Reino de Dios irrumpa en este mundo aun dominado por el pecado y la muerte. Jesús nos muestra con algunos ejemplos cómo es la vida nueva; y esto es lo que debemos hacer en todos los sectores de nuestra vida, siendo signos del Reino venidero de Dios, signos puestos para indicar qué cosa está sucediendo.

Si es cierto que somos solidarios con el hombre que está en nosotros, cuya dinámica es el pecado y la muerte, es también verdadero que por la adhesión al Evangelio llegamos a ser solidarios con Cristo y con su dinámica de Amor, Vida y Resurrección (cfr. 1Cor 15, 45-49).

Los cristianos somos como Adán, hechos de tierra: seres terrenos que experimentamos como cualquier humano toda clase de pasiones que combaten dentro de nosotros: pasiones destructoras y creadoras, pasiones luminosas y oscuras. Pero también los cristianos somos seres celestiales, es decir personas vivificadas por el Espíritu que gozamos de un poder extraordinario, que viene de Dios, para transformar en algo mejor todo lo que somos y tocamos. Esto es lo que nos revela san Pablo en la primera Carta a los Corintios acerca de nosotros: somos seres terrenos y celestiales a la vez (cfr. 1Cor 15, 45-49).

Ante la palabra de Jesús: “Amen a sus enemigos”, nuestro ser terreno y con él toda nuestra cultura mundana se rebela, busca toda clase de justificaciones y excusas para protegerse ante la llamada del Maestro a Amar a los enemigos. Si nuestro hombre terreno se rebela ante la llamada a Amar a los enemigos, escuchemos entonces la llamada desde el ser celestial que somos, el ser que se deja guiar por el Espíritu de Dios.

Amar a los enemigos es algo que nos caracteriza a nosotros los cristianos; alcanzar la capacidad de Amar a los enemigos es una exigencia constante para cada uno de nosotros. Veamos de qué se trata esta llamada de “Amar a los enemigos”; Jesús mismo nos lo dice:

  • es hacer el bien a los que nos aborrecen, esperando que nuestra acción despierte en ellos lo mejor de su ser;
  • es bendecir a los que nos maldicen, de modo que nuestra bendición los alcance a ellos y también a nosotros; nuestra bendición anula toda maldición;
  • es orar por los que nos difaman, así los entregamos a ellos y a nosotros al juicio de Dios, y la paz inundará nuestras almas;
  • es no condenar, de modo que nuestro enemigo tenga la posibilidad de revelar su propia verdad o de reivindicarse;
  • es ser generoso, como seríamos con un amigo, para que el enemigo vuelva a creer en la bondad humana;
  • es tratar a toda persona, incluida la persona enemiga, como si fuera digna de Amor: haciéndole siempre el bien y siendo generoso del modo que sea posible. De hecho, todo ser humano es digno de Amor porque todos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Negar el Amor a un ser humano, es negar la obra de Dios en esa persona.

¿Cuál es el motivo que tenemos para obrar de este modo? El motivo principal para perdonar al enemigo es que somos hijos del Altísimo, que es bueno con todos y de manera especial con los que necesitan más Amor. Amar a los enemigos se funda en el hecho de que Dios nos ha amado a nosotros incondicionalmente y su Amor nos ha transformado y va haciendo de nosotros seres humanos cada vez más cercanos a lo que somos en realidad: imagen y semejanza de Dios, seres de luz que viven en la verdad. Como escuchamos en el Salmo responsorial de hoy (Salmo 102) el Señor trabaja continuamente en nosotros para que crezcamos como seres humanos, como hijos suyos, y esto lo hace perdonando los pecados, curando las enfermedades; rescatando nuestra vida del sepulcro, colmándonos de Amor y de Ternura; mostrando su compasión y su ternura, siendo lentos para enojarnos y generosos para perdonar. Renunciando a tratarnos como merecen nuestras culpas y a pagarnos de acuerdo a nuestros pecados. Alejando de nosotros nuestras culpas y delitos, siendo compasivos. Y todo esto lo hace el Señor con quien quiere vivir de acuerdo a sus enseñanzas. Perdonar al enemigo es colaborar con Dios en la tarea que Él realiza permanentemente de tallar seres humanos que lleguen a la medida del hombre perfecto: Cristo Jesús.

Pero, ¿cómo lograr perdonar al enemigo? Las respuestas a esta pregunta son muchas y todas se complementan; el primer paso es convencernos de que perdonar al enemigo es posible, toda vez que lo que Dios nos pide es que más allá de nuestros sentimientos y de nuestros recuerdos, ejecutemos acciones concretas buscando el bien de nuestro enemigo. Otra motivación para alcanzar el objetivo es que este modo de obrar frente al enemigo tenemos que vivirlo como un acto de generosidad, no de debilidad, sin esperar nada a cambio; la otra persona podrá o no cambiar, pero nosotros quedamos contentos con haber obrado con la misma generosidad con que Dios nos trata a nosotros. Finalmente, como la tarea de perdonar al enemigo es una tarea que brota de nuestro ser celestial tenemos que trabajar siempre por vivir íntimamente unidos a Jesucristo de modo que podamos obrar como Jesucristo; y nos animará mucho también en la tarea de perdonar al enemigo, el hecho de que cuando lo intentemos tengamos la certeza de que Dios nos recompensará infinitamente en esta tierra y también cuando entremos en su presencia. De hecho, los que logren perdonar a los enemigos, de parte de Dios, no serán juzgados, no serán condenados; serán perdonados, y se les dará una medida llena, remecida, apretada, rebosante. Pues Dios nos medirá con la misma medida con que hemos medido a los demás.