(III° Dom. Ord. C 2025)
Libro de Nehemías (Nh 8,2-4a.5-6.8-10)
“En aquellos días, Esdras, el sacerdote, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era el día primero del mes séptimo.
Leyó el libro en la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley.
Esdras, el sacerdote, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. Esdras abrió el libro a vista del pueblo, pues los dominaba a todos, y, cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie.
Esdras pronunció la bendición del Señor Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos, respondió: “Amén, Amén”; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor.
Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura.
Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:
– Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: no hagan duelo ni lloren.
(Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley.) Y añadieron:
– Vayan, coman buenas tajadas, beban vino dulce y envíen porciones a quien no tiene preparado, pues, es un día consagrado a nuestro Dios. No estén tristes, pues el gozo en el Señor es su fortaleza.”
Salmo Responsorial (Salmo 18)
R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío.
Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 12,12-30)
“Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo, [ ]
Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. [ ]”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“El Señor me ha enviado a dar la Buena Noticia, a proclamar la liberación a los cautivos:”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 1,1-4.14-21)
“Ilustre Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan,
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos puestos en él. Y él se puso a decirles:
– Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír.”
Reflexión
El libro de Nehemías narra cómo el pueblo de Israel había sufrido el exilio en Babilonia y ahora regresaba del destierro gran parte de los deportados. El pueblo judío regresa a su tierra y se reúne jubiloso a escuchar la proclamación de la Ley de Dios. Se le recuerda cuáles son sus verdaderas raíces, con las que han de iniciar la reconstrucción de la nación.
Todos vienen de sufrir el exilio y hay muchas generaciones de judíos que no han conocido realmente sus tradiciones, no han vivido como tenían que haber vivido, no han disfrutado de la invaluable esencia que tiene ese pueblo que le distingue de los otros pueblos de la tierra. Más aún, muchas de esas jóvenes generaciones no tenían la conciencia de saberse pueblo elegido, propiedad del mismo Dios.
Los israelitas que aman con corazón puro, quieren que las cosas se cimienten como tienen que cimentarse y hacen lo más urgente: Proclamar, ante todo el pueblo reunido en Asamblea, el Libro de la Ley, la Palabra revelada por Dios. De este modo todos se enteran del designio de Amor único de Dios hacia ellos. Comprenden que Dios los Ama verdaderamente.
La liturgia de este tercer domingo ordinario nos recuerda que nosotros también vivimos en el exilio. Nuestra patria es el Cielo. Nuestra patria es la Gloria, el estar junto a Dios. Él mismo es nuestra auténtica tierra. Él es nuestra heredad. Él es nuestro tesoro. Toda la plenitud de la alegría reside en Él. Pero, al igual que los judíos en Babilonia, corremos el mismo riesgo. En ese entonces, muchos judíos en Babilonia, adaptaron usos, costumbres, normas que eran ajenas a su propia fe, a sus propias creencias, a su propia religiosidad. Muchos se contaminaron. Nosotros los cristianos que estamos viviendo en este particular exilio, también nos estamos contaminando permanentemente de usos, formas, costumbres, formas de pensar y de obrar que son ajenas y desdicen y hablan mal de nuestra identidad de hijos de Dios, mediante la violencia de quienes destruyen nuestros principios e imponen lo que ellos quieren y manipulan nuestra conciencia mediante el mal uso de los diferentes medios de comunicación.
Igualmente, hoy, ante la Asamblea de creyentes y en toda la Iglesia universal se proclama la Palabra revelada de Dios para recordarnos sobre qué Roca estamos cimentados. Tenemos que tener conciencia clara que estamos llamados a ser santos y participar de esa gran Asamblea allá en la Gloria.
Pero ¿Cómo podemos soltarnos, despegarnos, separarnos de todo aquello que desdice de nuestro ser cristiano? Eso lo podremos alcanzar si permitimos que la acción del Espíritu Santo actúe en nuestro interior y sea el motor de nuestras acciones.
El Señor nos dice en el Evangelio: “El Espíritu del Señor está sobre mí”; Cristo está bajo la acción del Espíritu Santo. “Estar bajo la acción de algo” es depender completamente de esa fuerza que le invade, por ejemplo, el enfermo que se encuentra bajo la acción de un virus o de una bacteria.
Así como Cristo está bajo la acción del Espíritu Santo, nosotros que somos templo del Espíritu Santo, tenemos que estar bajo la acción del Espíritu Santo para podernos soltar, separar y en libertad seguir al Señor que es el Camino, la Verdad y la Vida. Sólo así podremos levantar el nivel espiritual de nuestros hogares, de nuestras familias, de nuestra comunidad parroquial y diocesana.
Así como el pueblo judío reunido en Asamblea escuchó la Palabra revelada y la tomó como norma de vida, nosotros hemos de poner como norma de vida la Palabra del Señor. Esta será nuestra identidad, pues, sólo se nos reconoce por las obras que hagamos, obras fundamentadas en el Amor infinito de nuestro Dios y Padre amoroso.
Cuanto más deseemos amar a Dios y a nuestros prójimos y mayor sea nuestro conocimiento de Dios, mayor será la calidad del fruto que producirán las semillas que Cristo siembra en nuestros corazones.