(XIV° Dom. Ord. A 2023)
Libro del profeta Zacarías (Zac 9,9-10)
“Así dice el Señor:
Alégrate, hija de Sión;
canta, hija de Jerusalén;
mira a tu rey que viene a ti
justo y victorioso,
modesto y cabalgando en un asno,
en un pollino de borrica.
Destruirá los carros de Efraín,
los caballos de Jerusalén,
romperá los arcos guerreros,
dictará la paz a las naciones.
Dominará de mar a mar,
desde el Éufrates hasta los confines de la tierra.”
Salmo Responsorial (Salmo 144)
R/. Te ensalzaré, Dios mío, mi rey, bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas las criaturas te den gracias, Señor.
Que te bendigan tus fieles,
que proclamen la gloria de tu reino,
que hablen de tus hazañas.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 8,9.11-13)
“Hermanos: Ustedes no están en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también sus cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en ustedes.
Por tanto, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si viven según la carne, van a la muerte; pero sin con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Te doy gracias, Padre, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.”
Aleluya.
Evangelio de san Mateo (Mt 11,25-30)
“En aquel tiempo, Jesús exclamó:
– Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo les aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”
Reflexión
El evangelio de este domingo produce mucha alegría porque en él se ve el esfuerzo que hace Jesús para dignificar a la gente sencilla. Cuando Jesús decía: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviare» es que tenía delante una pobre gente cansada y agobiada. Sus cansancios y agobios no provenían de sus trabajos (supongo que muchos de ellos estarían desempleados o eran simples jornaleros), pues, era pobre gente sencilla, manipulada por los «entendidos» y sometida a los juegos de los poderosos. Estarían cansados de los políticos de turno por su ineficacia y su voracidad impositiva. Estarían cansados de escribas y fariseos que les dictaban desde la “Cátedra de Moisés” la maraña de leyes que agobiaban sus conciencias: mandamientos para levantarse bien, para comer, para dormir, para hablar con la gente, para tratar con los enfermos, para cada día de la semana, para los tiempos de cosecha o siembra o de mercado, para el sábado, para las fiestas, etc. Aquella religión la habían convertido en una carga insoportable. Jesús mismo advirtió que los escribas y fariseos ponían pesadas cargas en las conciencias de la gente sencilla.
Pero, además estarían cansados de malvivir, de pasar hambre, de ser tratados con desprecio y de sufrir penalidades como la gente insignificante, sin que nadie reparara en ellos. Yo me imagino a escribas y fariseos escarbando en las conciencias de esta pobre gente, gritándoles amenazas como si fueran delincuentes y no hijos de Dios y sacando a relucir los castigos divinos para todos los que no tuvieran muy al día sus cuentas con Dios. Jesús dijo que aquella gente le daba pena porque andaban como ovejas sin pastor. Jesús sentía pena, tristeza, dolor. Era el pueblo sencillo. Oprimido por «sabios y entendidos». Quizás ni se atrevían a creer en el amor de Dios, ni levantar la cabeza ni a imaginarse que ellos también eran hijos de Dios.
En algunas ocasiones he oído a predicadores o “guías espirituales” que no hacen otra cosa que escarbar en las conciencias de los fieles para que nadie levante la cabeza, creando sentimientos de culpabilidad y miedo a Dios, y asustando a las personas como si fuera un delito el existir. Contra esto, estoy convencido, se rebela Jesús en el evangelio porque Él levantaba a las personas, devolviéndoles su dignidad pisoteada y esforzándose porque disfrutaran del amor entrañable del Padre Celestial que está a nuestro favor y nos cuida. La tarea del Señor es levantar a la pobre gente caída que va encontrando en los caminos de la vida. Por eso sus palabras tienen una resonancia especial: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Mi yugo es llevadero y mi carga es ligera».
Esta actitud era incomprensible para escribas y fariseos. Los «sabios y entendidos» nunca aceptaron este mensaje de libertad, de esperanza y de alegría y terminaron rechazando a Jesús. La nueva imagen de Dios Padre quedaba «escondida» para los sabios y la fueron descubriendo con gozo las gentes sencillas de todos los tiempos como regalo hermoso de Dios. Entre esas gentes sencillas estamos nosotros. No somos sabios y entendidos. Somos gentes pobres y sencillas, «mansos y humildes de corazón», que aprendimos de Jesús a poner nuestra vida en las manos de Dios para encontrar nuestro descanso del alma. No permitamos jamás que alguien venga y nos arranque de nuestra vida la experiencia gozosa del Amor de Dios.
Los cansados y agobiados encontrarán alivio en el Señor. Están invitados todos los cansados, agobiados u oprimidos por la razón que sea, sólo a ellos se les promete alivio, descanso. Y ahora viene la parábola: Los que vienen a Jesús llevan «carga pesada», pero el «yugo» de Jesús es «llevadero» y su «carga ligera». La carga que lleva Jesús, la cruz, es la más pesada que hay. Y no se puede decir que la cruz sólo pueda ser pesada para él, y no para los que la llevan con él. La solución se encuentra en la actitud de Jesús, que se designa en el evangelio como «manso y humilde de corazón», que no gime bajo las cargas que le imponen, no se queja, no protesta, no mide ni compara sus fuerzas. «Aprendan de mí», y enseguida experimentarán que su pesada carga se torna «ligera». No en vano, en la primera lectura se nos indica: el Mesías viene cabalgando en un asno, en una bestia de carga humilde. Y en la segunda lectura, se nos insta a tener en nosotros el «Espíritu de Dios» (el Padre) y el «Espíritu de Cristo», y a dejarnos determinar por él. El hombre carnal gime bajo su carga; nosotros, por el contrario, «estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente», pues la carne conduce a la muerte, sino que podemos alegrarnos, por el Espíritu que habita en nosotros, el Espíritu del Amor entre Padre e Hijo; Amor en el que el Hijo nos permita llevar parte de su yugo, de su cruz. Así se nos concederá en el Espíritu el descanso y la paz de Dios.
El Señor invita a los cansados y agobiados a que se acerquen a Él y así encontrarán alivio en sus penas y dolores. No importa que la carga sea demasiado pesada; si alguien se acerca a Jesús, Él asumirá esa carga. En las manos del Señor nuestra carga se hace, de inmediato, «ligera» y tendremos la capacidad de mirar de manera nueva nuestra vida, dando una verdadera solución a los grandes interrogantes y problemas de la existencia.
¡Acerquémonos a Jesús, no nos dejemos pisotear ni robar nuestra dignidad!